viernes, 1 de marzo de 2013

Crónica de una entrevista en una terraza porteña

Por Pablo León Acevedo



Todos aquellos músicos y poetas que admiro habían muerto mucho antes de llegar a conocer su obra y esos pocos 3 o 4 que seguían vivos vivían en ciudades de otros planetas mentales. Hasta ayer por la tarde. Tú conoces más de su música que yo, me explicó Quinta Justa, mientras cruzábamos el paseo Atkinson, así que ojalá me ayudes en la entrevista con alguna pregunta. 

En el otro extremo del mirador el revos Marcelo Baeza nos saludaba mano al cielo para juntarnos en su escarabajo verde y blanco, cuando de la puerta de la casa verde salía y cruzaba la reja un tipo delgado vestido sobrio con un no sé qué entre anarco y casual debido a una mochila plana pegada a su espalda y el lustrado par de zapatos negros cuyos cordones remataban en dos corazones sangrientos. 

Después, Quinta Justa me diría que al saludarlo el viejo se aflojó las tripas y en seguida lo culpó a él haciéndose el gracioso ¿te tiraste un peo? Pero la respuesta no llegó porque Marcelo nos conminaba a entrar al auto y una vez los 4 adentro disponía todas las mañas palancas botones y resortes para echar a andar el modelo Volkswagen perfectamente sesentero y de la radio sacó un cable que conectó al mp3 del celular, chitas que soy ingenioso le dijo el pelo mas bien corto y entrecano de nuestro amigo estelar que iba de copiloto que además de no necesitar peinarse parecía habérselo recortado él mismo a tijeretazos ante un espejo complicado pues los mechones disparejos eran evidentes mientras ya por calle Condell esa misma cabeza encaminada a los 70 años iba ponderando la decadencia de museo de un Valparaíso que no se renovaba y yo quiero que se renueve nos decía o sino según él iba a correr la misma triste suerte de otros grandes puertos del mundo que mutaban su tradición de muelles y faenas de desembarco por aquella más turística y más light de terrazas de restoranes que habían terminado ocupando muchos rincones patrimoniales como nosotros mismos pudimos comprobar bajando por la adoquinada calle Urriola, ¡por favor no más patrimonio de la humanidad! Nos pedía riéndose ese viejo que bien podía ser nuestro papá generacional y se refirió a esa vez que con los vecinos del ascensor Turri reclamaron y funaron a los irresponsables que cobraban $500 por usar el ascensor cierto verano de mierda.

Ya en el barrio el Almendral Marcelo Revos tomó un atajo cortando la avenida Colón y nuestro invitado sorpresa recordó que ésas eran las calles de su infancia cercana a la avenida Francia donde había nacido, estas casas estaban llenas de casas de putas nos dijo con acento gracioso como percatándose con ironía y olvido de que los años se habían ido llevando la memoria del chile del siglo anterior y subiendo ya por Santa Elena comenzaron a aparecer a uno y otro lado las bellas casas antiguas casas señoriales que alguna vez se construyeron en torno a la fábrica Costa cuando había partido funcionando en aquel Valparaíso detenido y ya llegando a la casa de Marcelo le pareció que tocábamos los extramuros colindantes al campo, cuando yo era chico nadie subía a estas alturas que ahora estaban plagadas de caseríos levantados de cualquier modo. 

En el patio de la casa de Marcelo nos acomodamos para preparar la once y debo decir que esta vez me sumé activamente (esto lo digo en serio) y me fui a la cocina a preparar un puré de paltas por partida doble que todos ponderaron con entusiasmo. En ese ajetreo el viejo el tío aquel al que habíamos pasado a buscar alargaba la mano hacia un limonero y se sorprendía de ese espacio más parecido al campo que a otra cosa afuera de esa casa que había soportado más de 4 terremotos en más de 100 años mientras en la distancia del panorama se recortaban las quebradas sembradas de techos polícromos. 

De pronto aparecimos sentados en torno a la once y vimos que lo que sacaba de su mochila eran los compactos y los discos de vinilo grabados afuera en Europa y que él mismo producía bajo el sello Squeaky Shoes Records, yo como gracias a la venta de estos discos explicó riéndose encima de una nostalgia acostumbrada y cansada, en realidad vivo con muy poco, ni siquiera sé cómo lo hago, en las tocatas aquí en Chile me pagan poco, la otra vez me pagaron menos allá en Santiago y la ultima vez en la sala Rubén Darío no nos pagaron nada, me volví a salvar con los discos decía mientras bajaba su café con leche que alternaba con tostadas embetunadas con palta, la palta que había hecho yo, oye que te quedó rica la palta ah? Me dijo casi en el mismo tono irónico y triste y mínimo de algunos finales de sus canciones mientras se volvía a poner de pie para coger una tostada del tostador eléctrico que se confundía al lado del mp3 con forma de Wurlitzer del Marcelo, el viejo parecía que era así en todos lados igual que en sus conciertos con los cabros de Fatiga de Material que lo habían librado por fin del pianito y de la flauta y el pinquillo atravesando notas entre las octavas blancas negras del teclado. 

Hasta que Quinta Justa empezó a preparar su entrevista para su espacio en Internet, no sin antes que llegara Noel nuestro amigo bajista y que llegaran todos los perros de todas las quebradas a ladrar endemoniadamente al viento cuando el entrevistado ya se había lanzado con sus respuestas, respuestas tales como Yo no fui nunca a esa cuestión de la Universidad, me echaron del McKay y después anduve dando botes hasta terminar en un liceo vespertino, ni nunca aprendí más que las notas en su clave universal Do Re Mi o en la clave americana G B A C etcétera, porque o sino no iba a aprender a tocar nunca poh, después en Londres quise cantar y como aquí en Chile había estado tocando saxo era medio difícil cantar y tocar saxo y de nuevo se reía con los hombros, pan y café con leche, empecé a tocar piano y un día me puse unos guantes blancos porque como no sabía tocar… pero tú eras entonces el que más tocaba en esa época de la casa okupa con Joe Strummer y los 101 eros le pregunté yo, claro contestó, Joe Strummer se lo pasaba practicando la guitarra porque no sabía nada, por eso lo de Joe Strummer o sea Pepito Rasgueador, y después Strummer cantaría mal para siempre con esa voz congestionada y se le agrandaría el corazón y moriría a los 55 años, puchas todos los de entonces se han muerto y a mí recién en estos últimos años cuando me entrevistan reconocen que toda esa historia previa a The Clash era cierta, antes decían ‘’el dice que tocaba con Strummer’’, ahora dicen ‘’el tocó con Strummer’’-

Después recordó la experiencia que inspiró su primer álbum, una nueva forma de masturbarse después que me aburrí de hacerme la paja siempre igual, carcajadas con efecto, eran los años de la dictadura y las casas okupas para los exiliados, allá en Londres nadie sabía nada de lo que pasaba en Chile y viceversa, sólo angustia e ‘interminables tazas de té’, y entonces eso de beberme mi propia esperma era como un canibalismo, todos se horrorizaron arrugando la ñata pero ahora ese disco está en todos los museos modernos de Europa y Norteamérica, ¿oye pero esto es para un programa escolar cierto y yo hablando de estas cosas? Risas otra vez, no te preocupis que lo vamos a editar, más palta más café y un tomate pelado en rodajas para Álvaro que luego sintió frío y se puso una camisa leñadora antes de subir a la sala de ensayos de Marcelo donde lo escuchamos intentar una versión del Valparaíso que me vio nacer y que dejé atrás, fotos a lo rockstar cuando eran más de las 10.30 y Álvaro dijo ¿vámonos mejor? Cuando ya había dicho muchas otras cosas...

Así que nos metimos al auto y deshicimos el camino por el plan del puerto bajo la noche y en la Shell a una cuadra de Plaza Sotomayor nos despedimos del gran Álvaro Peña, Álvaro de Valparaíso siempre sereno tras la ventana del auto y casi despreocupado, chao Álvaro gracias y hasta siempre.
 
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